miércoles, 30 de abril de 2014
Púrpura
Diseña
prendas deportivas, es joven, divorciada y con un hijo. En su rostro se dibuja una
belleza que es capaz todavía de vencer los infortunios del tiempo y de la
suerte. Le gusta vestir las camisetas que llevan grabada la marca comercial de
su empresa y rechaza los pijamas que anulan la identidad de los pacientes. No
para de recibir llamadas y mensajes por el móvil y sigue en contacto con su
empresa a través de un mini-ordenador desde la cama blanca de una habitación
impersonal del hospital donde está ingresada. Le ha mordido una enfermedad de
cuya gravedad no parece ser muy consciente hasta que se le escapan algunas
lágrimas en un instante fugaz de debilidad. Pero no sufre por lo que padece,
sino porque quien ocupa su corazón no manifiesta tanta devoción como lo que
envenena su sangre. Se siente, a pesar de tantas visitas y de la incesante
actividad del teléfono, sola. Sola con su maldita enfermedad.
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